jueves, 18 de diciembre de 2008

MediaLuz

Y un día desperté y supe lo que no vendría. Un día me empujé y me propuse cambiar. Cambiar lo que no se podría, pero intentar en aquellos agujeros que entran los rayos. Los claroscuros esperanzas, la mediaLuz otro empezar.
Y un día abrí mis ojos y supe que tenía que dejarme. Que tenía que luchar. Con las manos al sol, con el viento en las espaldas y las fuerzas desesperanzadas.
Un día decidí y acá estoy. Un día como todos. Sólo un día. Sólo. Cómo hoy.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Primera persona


-Ahí viene, que suerte. Quiero llegar a casa sin tener que esperar que el tiempo pase lento como todo lo que no me gusta.
A veces me pregunto lo que va pensando la gente que viaja, que cosas se le cruzan por sus mentes; la visita al médico, el dinero de la jubilación, las horas de trabajo que vienen o las que quedaron en tiempo pasado. Son muchas las cosas que se cruzan. Pero, ¿qué será realmente lo que me conduce a que en todos los viajes piense en cualquier cosa cuando me traslado de un lugar a otro? Por eso debe ser que imagino a las demás personas que veo pensando, lo que quizás se le cruza por su mente a cada momento que piensa, imagina y se distrae.
¿Qué pensará el chofer?; veinte años el mismo recorrido, las mismas calles, los mismos barrios, la misma ciudad. ¿En qué pensará la señora que se sienta adelante? Siempre con su cartera aferrada a los codos, mirando hacia todos lados sin querer perderse nada de lo que ocurre a su alrededor. ¿Qué pensará el niño que vuelve a su hogar tras cinco horas dentro del colegio?,¿Qué estará pensando la chica que mira hacia ningún lado sin mirar?, ¿Que pensará aquel hombre que tiene los ojos tristes de tanto rodar cada día a día? Es algo maniático lo que pienso cuando miro gente que pienso que en algo está pensando. No lo sé pero pienso, lo imagino todo, lo conformo en mi mente y comienzo a tejer historias mientras transito el camino que me lleva a dónde pienso ir. Todo el paisaje es el fondo del paisaje de fondo de la escena que se produce en mi mente mientras pienso. Todo da vueltas, se une y termina con un final bueno, malo, preciso o absurdo, pero finaliza y comienzo con otra en el instante futuro. Vida, locura, circunstancias que se acomodan a gusto en mi instinto observador. No se almacenan, no ocupan lugar en los días posteriores. Sólo aquellas que quedaron bien armadas y valen la pena volverlas a armar de nuevo para que alguien las imagine.
Todo es un proceso interior que no logro imaginar cuando no puedo conciliar con el sueño. Es imposible, no se me vuelven a ocurrir… -Tengo que bajar.

Modos, intenciones y conclusiones


Cómo empezar es el gran problema, ya que siempre es lo más difícil para alguien que quiere emprender a relatar un determinado episodio y por eso busca miles de formas posibles para que los aparentes oyentes lo comprendan y no malinterpreten los matices complejos para quien no preste atención a los detalles.
La pregunta es cómo se puede expresar lo que se cruza por la mente cuantiosos minutos en cada día que transcurrimos en esta vida absurda, o no, y que no se puede hablar con aquellos que no lo ven de la misma manera. Puede parecer desequilibrado pero sé que estar mínimamente dos segundos pensando en pensar nada, en absolutamente nada lleva a emprender este tipo de pensamientos. Claro que algunos son muy interesantes.
Otra de las cosas que pasaron por mi mente y que han sido arraigadas y se almacenaron de forma que en cualquier momento y ante cualquier visión vuelven y al laberinto de posibilidades son las imágenes.
Quizás no soy el único que ante estas recuerda la primera vez en que se le aparecieron, ya sea en una calle, en el panorama de un camino o la figura o los colores que se observan arriba de un colectivo o el retrato que se acerca por las mañanas a nuestra ventana. Todos los días veo lo mismo, por esta razón cuando algo no se encuentra en su lugar enloquezco recordando que era lo que estaba y no lo recuerdo. Qué estaba haciendo cuando ese objeto que ahora no recuerdo estaba allí, porque no me di cuenta de que hace días que no lo veo, dónde se habrá volado, quien lo sacó si a nadie le interesa, cómo se desapareció.
El perro, cuantas veces fue acariciado o maltratado.
Lo mismo me ocurre cuando observo los asientos de los colectivos e imagino gente sentándose sobre estas. Los cuadros se borronean y veo muchas personas. A veces estas visiones se mezclan, quizás inconscientemente, con cosas que leí, escuché o vi o pensé. Son emisiones que alguna vez se atravesaron en mí y quedaron guardadas.
Me ocurre muy a menudo recordar episodios.
Sé que a muchos le sucede escuchar una canción y recordar a un viejo amor o a alguien que ya no está, oler determinado perfume y acordarse de una persona o un lugar. Es loco, pero sucede y está presente y nadie se anima a contarlo con detalles porque decir que tal o cual canción te recuerda a aquella novia que te dejó por otro hombre que nada le da es horrible. A nadie le interesa si te acordás o no de ella, que tanto te dio o te hizo faltar pero que la querés como sabes que ni a tu mujer, la madre de tus hijos, la vas a querer y que sólo te produce ganas de volver el tiempo atrás y no volver a cometer los errores que la llevaron a que un día de lluvia bajo el techo del lugar donde se conocieron y se prometieron no dejarse, ella te dijo que ya no sentía lo mismo. Claro no hay recetas para volver el tiempo atrás ni tampoco que aquel aroma del amor se diluya cuando uno así lo quiere, pero las cosas son así. Nadie lo podrá eliminar y eso duele.
Es lindo, es espantoso, es doloroso y es reconfortante a su vez. No puedo sacarme de la cabeza la figura de mi abuelo cada vez que miro su sillón. Eso me hace daño, mucho daño, como las cosas que no expresé cuando debí y pude pero mi edad o mi forma de ser o la circunstancia no me dejaron y hoy el presente me duele, pero también me ayuda a seguir esquivando las piedras que ayer molestaron y van a molestar. El olor ayuda a recordar al igual que un libro o una agenda de papel.
No me gusta hacer cuentas más que para no perder mínimamente. Desconfío de las personas que las hacen para saber cuanta plata hubieras ahorrado si fumaras menos paquetes de cigarrillos por semana, o cuanto hubieras ahorrado si sabías que a tres cuadras del lugar que compraste los fósforos estaban más baratos. Esas acciones las asocio a la gente que no tiene sus propias cuentas claras y dejan a uno pensando en que es un mal jugador en la vida.
Es fácil mirar las cosas desde afuera y opinar y arreglarlo todo. Pero hay que estar y bancarse ser alguien en cada momento y en cada situación…”si me hubiese tocado a mi hacía esto o lo otro”…Así es posible arreglar el mundo y cada cosa que se encuentra fuera de lugar. Lo que sirven son las intensiones y el modo de encarar cada camino elegido u obtenido o alcanzado.
Todo conlleva a una cadena y llegué acá después de relatar mis preguntas mentales. Me recuerda a algo que leí acerca de un personaje que recorría una estación de subte a otra en tres minutos y pensando y recordando vivía situaciones que en tiempo real gastaban más que tres minutos. Suele suceder.
Es cierto, este relato lo pensé mientras me levantaba. No tiene enlace alguno pero es una descarga de cosas que no puedo expresar con un puñado de palabras pero que están muy adentro.

Destino


“La vida es eso pibe”, dijo el viejo mientras daba la última pitada de su cigarro. “Por eso, no es tan desacertado luchar y tratar de salir adelante en cada obstáculo de esta puta vida”, sentenció antes de subir al colectivo que los acercara a su destino.
El coche avanzaba a paso lento, como cada colectivo que transita los pueblos viejos de la provincia. No era la primera vez que ellos se encontraban y el viejo hablaba de sus andanzas de la juventud de allá por mitad de siglo en la Argentina. De gente que trabajaba con la esperanza de ser alguien, en un mundo que se debatía con bombas a cada instante y no frenaba su paso.
Las preguntas las hacía el joven y el viejo pensaba, analizaba y compartía.
El viaje duraba alrededor de cincuenta y cinco minutos y ese tiempo bastaba para que hoy, a más de cuatro décadas, esos recuerdos puedan ser contados. Encontrados y contados.
Facundo tenía muchas ganas de comenzar a escribir en el diario del pueblo para dar a conocer rumores nunca confirmados.
Las cosas mucho no han cambiado. Las averiguaciones indican que a partir de los relatos, Facundo se enteró que el diario que leía el viejo, está en manos de los hijos de los dueños fundadores y sigue siendo la misma basura pero con más publicidades. Él nunca logró que lo contraten siquiera para dar a conocer los resultados de los campeonatos de fútbol de ligas cercanas. Este antiguo medio no sirve más que para dar a conocer las “buenas” acciones de cada político que entabla “buenas” relaciones con los dueños siempre dispuestos.
El viejo sólo hablaba. Su trabajo, las noches, sus novias, la familia, los hijos. Es raro pero pareciera que antes las personas trabajaban más. Es frecuente que gente de edad avanzada hable mucho de su trabajo, de los buenos y malos tiempos y trate de hacer entender a los más jóvenes que en el pasado todo era más difícil de conseguir.
Allá por el cuarenta el viejo se desempeñaba como repartidor de productos comestibles en los parajes que rodean el pueblo. Sus días se mezclaban con caminos polvorientos de tierra, la espera de los almaceneros y todos los pueblerinos después de muchos días lluvia. Según sus palabras, la gente de esos lugares lo veía como “el salvador”. No resulta raro, porque era él quién transportaba todas las cosas que el campo no proveía a los habitantes de aquel pueblo. También llevaba el diario del lugar.
“Un día colgaron un placa con mi nombre”, repetía dos por tres el viejo en los viajes. Se enteró toda la región. Facundo le creía cada vez que lo escuchaba. Cierta vez se acercó al pueblo para comprobarlo, pero el club donde decía el viejo había sido demolido tras la compra de una firma cerealera. La razón de la placa fue que el viejo era el hombre que transportaba alegría y dicha al lugar.
El diario en el que no pudo trabajar facundo quemó las viejas publicaciones en donde el viejo publicitaba su labor. Facundo murió sin comprobarlo.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Pensamientos, caminos y espacios


Nos acostumbramos. Nos dejamos llevar. Recibimos y es poco lo que damos. Decidimos y nos olvidamos. Compartimos y esperamos. Nos enseñan y no dudamos. Nos atraviesan y nos dañamos. Nos trasladamos y buscamos. No nos dejan e intentamos.
Son muchos y nos asustamos. Son pocos y los extrañamos. Son respiros sin cuidado. Son sombras sin un costado. Son paredes sin colores. Son abismos nublados. Son caminos atravesados. Son espacios no pisados.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Las Plazas


Me he tomado como costumbre observar las plazas. Recorrer sus verdes, sentir sus árboles y fotografiar sus gentes. Allí, somos todos muy crudos y desnudos con nuestras formas de actuar, nuestras maneras de mirar y nuestros sinfines de apreciar. Quién jamás no lloró en una plaza, quién no esperó y se arrepintió y se culpó y también se estremeció. Eso es lo que me conmueve. Son todas las historias que se apoyaron sobre sus bancos, las circunstancias que durmieron en su verde, las vidas que se fueron por un rato de boca al cielo e imaginaron y se aliviaron.
En la semana siento a las plazas como el lugar al quiero llegar para descansar, pensar y quizás reflexionar. Cómo cambian en los domingos sus formas y aspectos. Las familias, los amigos, los solitarios, los amores, se expresan con total libertad. La libertad que se siente como escapatoria a una rutina angustiosa, plena e infinita, sin pensar en el mañana trabajoso y preocupador. Las cosas por decir, las formas de cómo actuar y las maneras de vestir se van.
Cada plaza depende de su ubicación, su fama y su publicidad. Están las que sirven para dejarse llevar; las que se usan para correr, caminar y charlar; en las que la policía denota su labor de “mantener protegida a la sociedad”; las que son parte de un escenario particular para las expresiones artísticas con asentamiento en lugares públicos y que hacen de ellas la banda de sonido de los transeúntes curiosos, los apurados, los que esperan y los que pasan y miran despectivamente. Todo esto y un montón de cosas más significan las plazas. También son mal utilizadas para la propaganda política y su forma de bien llamarlas: “espacios verdes”. Qué oportunos por dios.
De vez en cuando y cuando me dejo llevar observo, me pregunto e intento darle un sólo significado. Pero no. Es infinito. Las plazas son muchas cosas y muchas cosas abundan en su espacio interior. La expresión, el sentir, el descansar, el pensar. La entrada es gratuita, la ubicación por orden de llegada y la escena a elección.
Me he tomado como costumbre observar las plazas. Y allí puedo ser yo, acompañado, solitario o esperando. Dejado, angustiado o disfrutando de los paisajes naturales y grises ruidosos y urbanos. Su cielo, su suelo, sus costados y sus finales. Su espacio, sus formas y sus fondos.
Me he tomado como costumbre observar las plazas. Me he habituado a sentirme solo y a
esperar, sin tristeza, pero con paciencia y esperanza. Con recuerdos y futuro. Con pasado y presente. Con principio y sin posible final.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Amores, recuerdos y el amor


No hubo ninguna vez, pero ocurrió. Sucedió, alguien o algunos lo vivieron. Y no recordaron ser felices. El final, el principio y la medianía de la historia los hizo únicos. Sí, felices. A veces me pregunto qué es ser o no feliz. Lo importante es seguir.
A ellos les pasó así. Y cruzaron puentes firmes, precipicios peligrosos. Y nadaron en ríos de aguas grises y también se sentaron tranquilos en la orilla. Se besaron en días con nubes que anteceden lo peor, pero caminaron bajo aquella lluvia que se observa en el cine francés. Por eso planearon. Se conocieron y siguieron y se respetaron y se extrañaron y se perdonaron y se distanciaron; amaron y odiaron. No importan los demás. Sólo ellos; con sus blancos, negros y grises tristes.
Ella luchaba y no encontraba. Él no lo demostraba. Ella se estremecía y él lo absorbía. Y los dos se llamaban, pero no se escuchaban. Pero se querían y se siguen. Nos queremos y la quiero. Demostrarlo cuesta. Hacer notar no sirve.
Y un día o una noche se finalizaron; lloraron, se esperaron y se volvieron. De nuevo comenzaron y se extrañaron.
Buscaron los colores del amor y se apartaron de las sombras, esas que hacen mal. Llanto, risas, recuerdos. Fotos, poses y el amor. Se encontraron, se unieron, planearon, se prometieron y… lloraron. En un abrazo, lloraron.

Las Vías En Otoño


Es el otoño la estación gris del año y junto con el llegan los recuerdos, los sueños y los días de espera. Las vías en otoño se ven más tristes. Los árboles se sienten más liberados de la movilidad de sus vestidos verdes. El cielo parece más cielo y las nubes no corren cómo lo hacían antes. El viento es sólo un suspiro y sus fuerzas, sus sospechas, sus penas no acarician y sus pasos se detienen, siguen y vuelven a frenar.
El gris se vuelve paisaje de todos los posibles paisajes. Es el otoño la estación gris del año. Tiene sus días tranquilos; otros en los que no quiere descansar. Sus noches simulan un invierno que nunca ha de llegar. Las mañanas parecen el comienzo de una rutina que no repite sus tintes, pero empaña el despertar de aquel paisaje posible de otros paisajes.
Las vías en otoño se ven más tristes. Los rayos del apagado sol se vuelven tibios. La luz despide suspiros sepias. El marrón se adueña de los matices. Sus escalas parecen desconfiar de que la estación crea en su propia finitud...
Es el otoño la estación gris del año...

Desaluz

Caía, esa era la fría sensación; como en un lugar lleno clavos en el que no salía. Oí gritos, desgarros; ¡Abajo! Y más aullidos; ¡Más abajo!, y los clavos eran cada vez más profundos, apenas distinguía la luz que ya era oscuridad sin fin. Un espiral, otro espiral y sin luz. Más rugidos; ¡Abajo!, ¡Más abajo! Y ya no eran clavos, tampoco espirales sin fin. La luz ya era un recuerdo y los gritos aumentaron su volumen. ¡Abajo!, ¡Más abajo!; ahogo, temor, suspenso, desaliento, sin extrañar y hundido en la desaluz

Insomnio


Tengo esa tristeza de domingos de invierno a la tarde por llover. No la busco, pero se que me hace falta. A veces. O no, quizá.
Espero tener ese insomio que deseo y que me inspire para pensar, armar, concluir, desarmar, inventar, recordar, valorar, deshechar, añorar, amar, querer, odiar, sentir, continuar, decidir, esperar, reflexionar, intentar, olvidar, extrañar, mirar, seguir, caminar, dormir...volver...estar...
Ahora es todo lo que busco y espero. No son días fáciles. Hace mucho que no los sentía. The Beatles, Spinetta, Lennon de fondo, la tristeza en mis espaldas y la energía delante mis ojos. Los recuerdos en el cajón, los libros por leer, los discos por disfrutar, los días por llegar y las esperanzas de querer cambiar. Es una noche más, lo sé, pero el temor interno no se fuga y hace doler. Todavía espero su despedida. Todavía pienso. Más me culpo, menos quiero olvidar. Pero es una noche más. Seguro...

Superstición

Superstición. Esa es la palabra. Cada vez que me recuesto en los asientos solitarios en penosos colectivos siento la mirada de gente que no me está mirando. De algún modo, en mi entrega al sueño con los minutos o segundos contados me sucede esto, pienso supersticiosamente.
No sé bien lo que es en realidad la superstición. No sé realmente por qué me ocurre cada vez que viajo. Pero lo raro es que sólo en los viajes de vuelta a casa. No ocurre cada vez que me recuesto en el camino de ida. Las imágenes, los planos, las secuencias se parecen a
los films de terror/suspenso. Luego de recostarme, de intentar dejarme atrapar comienza la superstición. Sudor, temblor, frío. Paz/falsa tranquilidad y nuevamente sudor, temblor, frío. La noche se convierte cada vez en más noche y he llegado a vivir situaciones en las que perdía a mi familia, volvía a mis noches de insomnio de la infancia, aquella caída a un pozo en el que estuve toda una tarde atrapado, llorando sin parar y temiendo nunca salir.
En un viaje, de esos de los que en parte describí, los movimientos que veía, aun con los ojos cerrados, no dejaban de aterrarme. El camino se volvía de colores confusos y terrenos sinuosos en los que no podía caminar sin tropezar y moverme con tranquilidad. El viento no tenía fuerzas, pero hacía de mí un ser indefenso. No podía salir. Los movimientos de mis manos, piernas y actitud nada podían hacer para salir de aquel ruinoso paisaje. Y a todo esto se debe sumar mi rendición ante tan imposible búsqueda de una rápida salida de aquel sueño. No existía un plan alternativo. Mi derrota temporaria ya estaba afirmada. Sudor, temblor, frío. Rendición.
Superstición, sabía que era la superstición. Ella me perseguía en cada regreso a casa y tras despertar, indicar al chofer cuál era mi parada, bajar, sentir el frío, el invierno y pensar sólo en la cena y en los niños y en mi mujer, esa pesadilla rondaba cada poro de mi ser hasta descolgar mi ropa en el perchero. Sentir el calor familiar, el cariño de los seres de mi ser, la semilla que construye mi felicidad cada día, dejaba a un lado todo el sudor del viaje rutinario y temeroso. Hasta caer tumbado en la cama, hablar con ella, pensar en mañana y comenzar a dormir, los pensamientos fríos de mi cabeza apoyada en el asiento de aquel colectivo volvían para no irse hasta que de un tirón decidía sacarlos de mí.
Cansado tras un día laboral ya lejano, a la espera de mi superstición con ruedas, el ansiado regreso se afirmaba como una secuencia de la que intentaba escapar. Sudor, temblor, frío. Mi cansancio era un hecho, mi rendición a que el viaje sea más corto una ilusión y el temor a entrar en la pesadilla un embudo difícil de desbandarse. Por eso, cada regreso a la secuencia de temor, frío y temblor ya era una costumbre. Una costumbre de la que quería salir. Pero inevitable de borrar. Fácil de volver a sentir, difícil de intentar escapar, ilusoria, volátil, desgarrada, interiorizada. Sudor, temblor, frío. Regreso, escape, salida,
fuerzas, luchas. Parada, ansias, hogar, sueño y superstición.

A la espera de los días por llegar

Julio de Julio no quiere hablar…Otro Julio va a contar…
Como el amanecer Julio a veces es sereno, pero no faltan esos días en que el sol no sale con la energía calma de todos los amaneceres y su personalidad se vuelve intranquila y revuelta. Revuelta a causa de factores que impiden que amanezca con serenidad y es en esos momentos donde parece ser otro hombre. Pero no.
De pequeño, fue un niño al que todo el mundo hacía pensar. Pensar en como un niño puede ser tan paciente y sereno y con formas tan respetuosas de dirigirse y preguntar. El tiempo y los días y los amaneceres cambian y Julio cambió. Y se volvió como el mediodía en las ciudades; con ruidos, dudas, bronca, pero sin perder el control. Se volvió de a poco en un hombrecito. Si, un hombrecito con apenas 12 años. Al menos él pensaba que la vida ya lo había transformado en un hombrecito. No era ya el niño. Sus formas, de pensar. Sus formas, de actuar. Seguía siendo el mismo, pero con premeditación y con alguna rebeldía. Pero típica. Él nunca dejó de ser quien era, pero como los amaneceres cambió. Para bien, para mal, para seguir…
Pasaron más de un puñado de albas y la noche fue el lugar en el que Julio se sintió más cómodo. Con amigos, con diálogos, con descubrimientos, con experiencias que él sabía que iban a llegar, pero sin perder la calma. Su vida seguía siendo la misma, pero los cambios la reformaban a cada paso. Con su familia nunca fue desagradecido y hoy día agradece sus esfuerzos.
Hizo nuevas personas, conoció, persiguió, se cultivó y también se asustó. Pero no bajó. Siguió, con los cambios y las inseguridades, siendo el mismo. Pero, con algunas cosas más aprendidas y sabidas y esperando que lleguen los tiempos que tienen que llegar. Con menos miedos, con más expectativas. Su vida, su tiempo, sus formas fueron tomando el rumbo de los días de hoy y con la mirada puesta en un mañana.
Las tardes lo caracterizaron. Esas sensaciones de que se deja atrás un turbio y rápido mediodía, con la tensa sensación de que la noche se va a hacer esperar.
Y rodó como las bolitas con las que se divertía en el colegio. Y corrió como en las mañanas de actividad física sin guardapolvos. Y caminó, con las ganas de llegar a un lugar. Y se llenó como cuando se almuerza a los apurones. Y descansó como bajo a la sombra. Y se despertó con la rapidez de saber que el tren se va. Y muchos paisajes apreció, como se observan las fotos de aquellos que no están. Y se abrigó para sentirse seguro. Y se cuidó como de la lluvia. Y luchó como contra el viento. Y hoy espera. Espera ese y esos momentos que van a llegar. Con calma, de tardes de sol. Con angustia, como tardecitas de abril. Con esperanza, como de fines de octubre. Con alegría, como mañanas de verano. Con tibieza, como hojas del otoño. Con fuerza, como jueves por las noches. Con nostalgia de lunes y con armonía de miércoles. Con intriga de sábados y con espera de domingos.
Y espera. Su misión consiste en la espera. Y desea. Desea siempre tener ese insomnio que desea y que lo inspire para pensar, armar, concluir, desarmar, inventar, recordar, valorar, desechar, añorar, amar, querer, odiar, sentir, continuar, decidir, esperar, reflexionar, intentar, olvidar, extrañar, mirar, seguir, caminar, dormir...volver...estar...Julio espera.
Hoy, los días de hoy, son los que lo dejan, al menos por instantes, con la impaciencia de un mañana y con el recuerdo de antes de ayer y con los nervios de pasado mañana. Se alentan, se alteran, corren, se estancan, pero siguen. Siguen y dejan que Julio espere. Con los miedos que se ajustan a esperar. Pero con las ganas de las noches por llegar y de los días por disfrutar.
Es difícil hablar de Julio. Es difícil sus días destacar y contar. Y sus pensamientos…de amaneceres y de tardes y de noches, a veces quieren cambiar…desear y cambiar. Con lo bueno y lo malo que envuelve cambiar.